Era un miércoles por la tarde cuando Xiadani tocó la puerta de la casa de Zafiro. Se asomó despacio entre la enredadera y vio aproximarse a una señora, ya mayor, que vestía una enagua y un huipil con los bordados representativos de la región del Istmo de Tehuantepec.
—¿Quién es? —preguntó la señora.
—¡Buenas tardes! Disculpe, ¿aquí vive la muchacha que pone bailes?
—¡Ah! Sí, está allá adentro, pásate —dijo la señora mientras abría la puerta.
—Gracias, señora. Déjeme, le hablo a mi mamá. Se quedó en la tienda comprándole un jugo a mi hermanito Toño —respondió la chica haciendo señas a su madre para que se aproximara.
Xiadani, su mamá y su hermanito pasaron a un cuartito donde había un bastidor, agujas, telas, muchos hilos y listones. Allí estaba Zafiro, bordando unas flores multicolores sobre terciopelo negro.
—¡Pasen! ¡Pasen! Ya casi termino… ¡Listo! Miren, me lo voy a poner para la fiesta de San Sebastián —dijo Zafiro mientras mostraba con orgullo un huipil—. Ya falta poquito y apenas terminé mi traje. Bueno, la enagua ya la tenía lista. Es como la que trae mi mamá. Yo hice las dos con la misma tela, nomás que la mía la bordé con mi color favorito: el azul. Y pa’que ande toda bien combinadita: los listones de las trenzas y las sombras de los ojos también me los pondré azules.
—¡Ay! Es cierto, ya va a ser la fiesta de ustedes. Entonces vas a andar bien ocupada. ¡Y nosotras que veníamos a buscarte pa’ver si le podías poner los bailes a m’hija! —dijo doña Elvira, la mamá de Xiadani.
—¡Ah! No se preocupe, yo siempre ando de acá para allá. ¡Yo encantada le pongo los bailes a esta muchachita! ¿Qué días puedes ensayar? —le preguntó a Xiadani.
—Pues, cualquier día entre semana por la tarde, porque en la mañana tengo clases —explicó Xiadani.
—¡Claro! Podemos empezar este lunes. ¡Ah, no! No me acordaba que el lunes tenemos una reunión en el municipio porque golpearon a una amiga.
—¿Cómo que la golpearon? —exclamó doña Elvira—. ¿Quién… por qué?
—Pos no sabemos, pero a veces hay gente que no nos quiere y… como mi amiga tiene su cantina y la cierra bien noche, pues, está más expuesta a los peligros… Lo bueno es que ya creamos nuestra asociación, es una de esas que llaman «ONG», y entre todas nos apoyamos y nos informamos.
—Bueno, pos ojalá que les hagan caso —dijo doña Elvira—. Yo la verdad no entiendo por qué se meten con ustedes, si todos aquí sabemos que siempre ha habido mujeres que nacen en cuerpo de hombre y, pos ya ves, hasta tienen su fiesta con todo y misa, baile y desfile. La verdad, a mí lo que no me gusta es que hay unos que andan siempre queriendo llamar la atención. Pero por lo demás, pos yo pienso que eso ya se trae desde que se nace.
—Pos, sí —suspiró Zafiro—. Yo desde chiquita soy así, mi papá primero no me quería, se enojaba cuando me ponía enaguas y jugaba con puras niñas. Decía que él me puso su nombre, «Juan José», porque yo había sido el primer varoncito, y resulta que le salgo… con mis cosas. Pero lo bueno es que luego me aceptó. Y pues… mi mamá siempre me ha querido como soy, y mis parientes también. Todos saben que soy bien trabajadora y que cuido mucho la casa. A mi mamá lo único que le preocupa es que me vaya a pasar algo, porque unas amigas que son así como yo se fueron al DF y regresaron a sus casas nomás a morirse porque se enfermaron por allá, de esa horrible enfermedad que dicen que nos da solo a nosotras. Pero bueno, ya no hay que hablar de eso porque me pone triste. Mejor pongámonos de acuerdo, ¿qué les parece si empezamos los ensayos el martes?
—¡Ta’bueno! —contestó doña Elvira mientras Xiadani asentía con la cabeza.
Desde aquel día se fue dando una buena amistad entre Zafiro, Xiadani y doña Elvira.
Todo salió muy bien en los quince años de Xiadani. Solo que, después de la fiesta, sus papás se habían quedado muy gastados; entonces su madre empezó a trabajar más horas y no le daba tiempo de ir a recoger a Toñito al jardín de niños. Xiadani logró entrar al CBTIS de la capital, por lo que iba a mudarse a casa de su tía Graciela para poder estar cerca de la escuela y ya no iba a poder ayudarle a su mamá a cuidar a su hermanito. Al ver esta situación, Zafiro se ofreció a ir por Toñito a la escuela y cuidarlo mientras doña Elvira regresaba del trabajo.
—No sé si sea buena idea que Zafiro nos cuide al niño —dijo don Carlos, el padre de Xiadani—. ¿Qué tal que si por convivir con él, el niño también quiera volverse mujer? ¡Las mañas se pegan!
—¡Ay, papá! Yo no creo eso. Yo convivo mucho contigo, a ti te encanta el futbol, la mecánica y el mezcal, pero a mí no me gusta nada de eso. Además, decir que todos los que conviven o se criaron con homosexuales se hacen homosexuales, sería como decir que todos los que conviven o se criaron con heterosexuales serán heterosexuales, y los papás de Zafiro son heterosexuales; sin embargo, él es homosexual. Además, si mi hermano fuera homosexual, yo lo querría igual que ahora porque seguiría siendo mi hermano y seguiría siendo tu hijo o… ¿a poco tú dejarías de quererlo, papá?
—¡Ay, esta niña! Nos salió bien preguntona —dijo don Carlos dirigiéndose a doña Elvira.
—Es que es una niña bien despierta —contestó doña Elvira con un tono de orgullo—. Da mucha lata con sus preguntas, pero es porque es bien inteligente.
—¡Ahí está! —irrumpió don Carlos—. En eso sí te pareces a tu padre. Ya decía yo que algo tenías que sacar de mí, además de los chinos. Ya ves cómo los niños sí copian cosas de los grandes.
—¡Ah! Bueno, sí —respondió Xiadani sonriendo—, hay unas cosas en que nos parecemos, pero no siempre tiene que ser uno igualito a los mayores con quienes convive. ¿No?
A pesar de que aquella discusión dejó a todos con sus dudas, unos días después, Xiadani se mudó a la ciudad y sus padres aceptaron la ayuda de Zafiro.
Para Xiadani el cambio no fue fácil, pero poco a poco se fue acostumbrando. Así pasó por más de un año. Un día, en la clase de Ética, Marina, una de sus compañeras, planteó una pregunta que llamó mucho la atención del grupo: «¿Qué pasaría si un día te despiertas y resulta que la persona de la que estás enamorado es de tu mismo sexo?».
Al escuchar esa pregunta, Xiadani pensó inmediatamente en Zafiro y recordó todo lo que le contaba sobre su persona. Así que cuando terminó la clase, se quedó platicando con Marina y Rafael.
—Oye, Marina, me quedé pensando en la pregunta que hiciste —dijo Xiadani—. Yo creo que amar a alguien de tu mismo sexo podría ponerte en una situación muy difícil. Y eso que allá en mi pueblo hay varios hombres que se portan como mujeres. Algunos se visten de mujer, se ponen pechos y se cambian el nombre, por ejemplo mi amigo… o bueno, mi amiga Zafiro. Ella me enseñó a bailar y a pintarme. Es bien buena onda, y su familia y sus vecinos la tratan normal, como a cualquier persona. Mis papás la quieren mucho porque cuida bien a mi hermanito. Lo malo es que ella, a veces, se pone triste porque dice que los hombres nomás la usan para… bueno, ya saben para qué… Lo que pasa es que allá en mi pueblo, las mujeres a fuerza tienen que llegar vírgenes a la boda, pero luego los hombres ya no se aguantan las ganas y buscan otro muchacho como Zafiro para estar con él.
—¡O sea! ¿Cómo? —replicó Marina, muy enojada—. ¿Los hombres sí pueden tener relaciones sexuales antes del matrimonio? ¿Y las mujeres a fuerza se tienen que esperar?
—Mmm… pues sí —respondió Xiadani—. Las mujeres tienen que demostrar que son vírgenes para poder casarse. El novio se lleva a la muchacha y, si comprueba que era virgen, se casa con ella; pero si no, la deja.
—¡Qué feo! —dijo Marina—. ¡Eso es injusto!
—Pues son las costumbres de allá —señaló Xiadani.
—Bueno —interrumpió Rafael—, pero es que no solo por el hecho de que algo sea costumbre de un pueblo quiere decir que está bien o que deba seguir haciéndose. Puede ser que algo se repita muchas veces en el pasado o que la mayoría lo acepte, pero eso no significa que así tenga que ser. Algo así me acuerdo que vimos en clase de Lógica, cuando íbamos en primero.
—¡Yo, la verdad, no entiendo por qué para muchos es tan importante que la mujer llegue virgen al matrimonio! —exclamó Marina—. A ver: ¿qué tiene de malo no ser virgen? ¿O qué tiene de bueno serlo? Si alguien se enamora de ti y luego se entera que ya tuviste relaciones, ¿te deja de amar así nomás? ¿Por qué?
—Yo pienso que si amas a alguien, no lo dejarías de amar por nada del mundo. Bueno, quién sabe, a la mejor si te hace daño a ti o a los demás, pues ya lo piensas. Pero, digo, yo no dejaría de amar a mi novia si no fuera virgen. Ahora que, si no fuera mujer sino hombre… ¡Híjole! ¡No sé! La verdad…
—Yo tampoco sé muy bien lo que haría —dijo Marina—. Pero quizá si viviera en el pueblo de Xiadani, me sería más fácil decidir.
—Bueno —dijo Xiadani—, si eres mujer, no creo que sea más fácil, porque allá las mujeres a las que les gustan otras mujeres no son aceptadas como los hombres a los que les gustan otros hombres.
—¡Uf! —exclamó Marina dirigiéndose a Xiadani—. O sea que si tú y yo nos enamoráramos…
—¡Oigan! Córranle porque ya se nos fue el tiempo y nos va a dejar el camión —dijo preocupado Rafael.
Los tres jóvenes se apresuraron para tomar el transporte y dejaron para otro día aquella conversación.
Karla Alday