Por “recursos” suelen entenderse los elementos bióticos y minerales de la tierra, formas de energía en estado natural (la solar, por ejemplo), o fuerzas ambientales que la naturaleza proporciona sin la intervención de los seres humanos, como los vientos o las mareas. Suelen clasificarse como renovables, ya sea por reproducción en el caso de los organismos vivos (un bosque, por ejemplo), o por procesos bioquímicos, por ejemplo, el agua o el nitrógeno; o como no renovables, como el petróleo, y permanentes como la energía solar. Ahora bien, desde una perspectiva económica, los recursos naturales son empleados por las sociedades, ya sea de manera directa cuando se les toma por materias primas, por ejemplo los recursos minerales o los alimentos; o bien, indirecta, como son los servicios. Aquí se pone en juego el concepto de naturaleza que subyace al de “recursos naturales”, la actitud del ser humano hacia ella, recordando que éste no es el único que abreva de la naturaleza para satisfacer sus necesidades, sino que comparte los recursos con otras especies. Una posibilidad para abordar el concepto de “Conciencia de que los seres humanos compartimos recursos con otras especies”, la encontramos en el filósofo Alejandro Herrera Ibañez que critica el concepto de la naturaleza heredado en Occidente tanto de la tradición judeocristiana como griega, que la asumen como dispuesta para ser explotada por los seres humanos, sitúan a éstos fuera de la naturaleza —como si no fueran también animales y por tanto, parte de la naturaleza—, y los considera superiores a la misma y al resto de los vivientes. Respecto a la Grecia clásica menciona la definición que Aristóteles da del ser humano como “animal racional”, y al judeo-cristianismo, hace referencia al Génesis, que confiere al ser humano el dominio de la naturaleza. Siguiendo a Herrera, la concepción cartesiana de los animales como máquinas, las bases teórico-metodológicas de Bacon para una técnica que manipula y transforma la naturaleza, aunadas a los procesos de industrialización y al modo de producción capitalista, se situarían en el mismo paradigma, el cual habría que criticar y sustituir por uno distinto, en tanto sus efectos han sido la destrucción de la naturaleza, y por tanto, de sus recursos. Según Herrera, las alternativas a este modelo podrían hallarse en éticas no antropocéntricas, es decir, que consideren que la responsabilidad ética de los seres humanos no se limita a la consideración de las repercusiones de sus actos en otros individuos de su misma especie, sino que se expande a otros vivientes. El abanico de posibilidades que Herrera señala, permite hablar de una ética zoocéntrica si incluye a otros animales; o bien, de una ética biocéntrica si además de los animales humanos y no humanos, se incluye a los vegetales. Ahora bien, siguiendo a Herrera, reparar en que se comparten recursos naturales con otras especies, implicaría, desde perspectivas no antropocéntricas, hacerlo no sólo por la repercusión que puedan tener sobre los humanos los daños que se cause a otros vivientes, sino tomar en cuenta éticamente a estos últimos en tanto vivientes. Por ejemplo, el agua es un recurso natural que compartimos con todos los seres vivos. Desde una perspectiva antropocéntrica, seríamos responsables de cuidarla sólo considerando los efectos que su descuido tiene, por ejemplo, en la hidratación, al lavar, al bañarse, sólo para la especie humana, sin considerar, que los desechos domésticos e industriales muchas veces van a parar en mares y ríos afectando a otros vivientes. Desde una perspectiva zoocéntrica, no sólo se consideraría a la fauna de mares y ríos, sino a todos los animales, pues todos necesitan hidratarse; desde una perspectiva biocéntrica, se tomaría en cuenta además toda la flora. ¿Qué repercusiones tiene el tomar el agua como un mero recurso a disposición del ser humano para explotarlo como éste quiera? ¿Qué efectos resultarían si se repara en que este recurso se comparte con otras especies? ¿Por qué habría que respetar a estas últimas?
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