Manejo de las emociones

El manejo de las emociones es abordado por distintos conceptos en la tradición filosófica. Se habla, por ejemplo, de mesura, templanza, ataraxia, control, disciplina, etc. En todos los casos, se busca que las emociones no cieguen nuestro juicio, y nos permitan pensar, valorar o ser productivos, es decir, alcanzar las metas que nos hemos fijado o que nos han orientado a seguir.

El modo en el que se ha querido manejar las emociones difiere ampliamente. Algunos filósofos, como Platón, han recomendado poner nuestro deseo sólo en lo mejor o más valioso, por ejemplo, el bien absoluto. Otros, como Aristóteles, han sugerido que debemos mesurar nuestros deseos físicos para alcanzar la felicidad. En el caso de los epicúreos y los estoicos se sugería un cierto entrenamiento emocional: uno debía evitar el dolor y alejarse de los deseos que los produjeran. El ideal para los estoicos era la completa tranquilidad de ánimo o ataraxia. Asimismo, encontramos ejercicios espirituales y disciplinas en el cristianismo que buscaban purgar el ánimo y apaciguarlo. Finalmente, habría de considerar que la época moderna se caracteriza por el entrenamiento de los individuos en sus emociones; se regulan los espacios para amar, para aguantarse el coraje, para expresar lo que uno siente con las palabras adecuadas, para confesar lo que uno siente en el confesionario o el terapeuta, etc. En otras palabras, no sólo uno controla sus propias emociones, sino que además existen instituciones como la familia, la escuela, la Iglesia, el hospital, la prisión y el consultorio en el que las emociones se regulan. Uno puede confesar con cierta tranquilidad que odia a su padre en el consultorio de un psicoanalista o un psiquiatra, pero eso acarrea grandes problemas se si dice en familia.

Templanza

La templanza  o sophrosyne es una de las virtudes más importantes en el pensamiento de Aristóteles, y refiere al justo medio entre el exceso de las pasiones y placeres, por un lado, y la indiferencia. En palabras de Aristóteles:

La templanza ocupa el medio entre el desarreglo y la insensibilidad en punto a placeres. La templanza, como en general todas las virtudes, es una excelente disposición moral, y una excelente disposición sólo puede aspirar a lo excelente. Lo excelente en este género es el medio entre el exceso y el defecto. Los dos extremos contrarios nos hacen igualmente reprensibles, y lo mismo pecamos cayendo en el uno que en el otro. Puesto que lo mejor es el medio, la templanza ocupará el medio entre el desarreglo y la insensibilidad, y será el término medio entre estos extremos. […] y la verdadera templanza consistirá en permanecer prudente y moderado únicamente por el motivo de que se debe ser, porque si se abstiene de todo exceso en estos placeres por temor o por otro sentimiento análogo, esto ya no se llama templanza. Fuera del hombre, jamás diremos de los animales que son templados, porque no poseen la razón, que podría servirles para distinguir y escoger lo que es bueno; y toda virtud se aplica al bien y sólo con el bien tiene relación. (Aristóteles, La gran moral [Magna moralia], Libro primero, capítulo XX, “De la templanza”, en Obras filosóficas de Aristóteles, vol. 2, trad Patricio de Azcárate. Ed. Medina y Navarro, Madrid. Se puede acceder al texto completo en la siguiente liga: http://www.filosofia.org/cla/ari/azc02a.htm#pri, consultado el 30 de mayo de 2016.)

Es importante señalar que la templanza no implica sólo controlar las emociones, sino moderar ciertos placeres para evitar los vicios.

 

Ataraxia

 Ferrater Mora en su diccionario señala que la ataraxia es la “ausencia de inquietud”, la “tranquilidad de ánimo” o “imperturbabilidad”. Para una comprensión más precisa es importante revisar los textos de la filosofía helenística. Aquí presento algunos fragmentos de Epicuro:

Acerca del sabio

 Daños provienen de los hombres, por odio, por envidia o por desprecio, cosas que el sabio supera con su razonamiento. […]

Se contendrá más en sus pasiones, para que no puedan estorbarle en su sabiduría.

No está sin embargo, al alcance de cualquier disposición corporal ni de cualquier raza llegar a ser sabio. […]

Opinan que el sabio no ha de enamorarse.

Ni ha de preocuparse de su sepultura. […]

Incluso en sueños se mantendrá ecuánime. (Epicuro, Acerca del sabio, en Epicuro. Sobre la felicidad, trad. Carlos García Gual, prólogo de Emilio Lledó. Debate, Madrid, 2000, pp. 123-126)

 

Carta a Meneceo

 

Consideremos, además, que, de los deseos, unos son naturales, otros vanos, y de los naturales, unos son necesarios, otros sólo naturales; de los necesarios, unos son necesarios para la felicidad, otros para la ausencia de malestar del cuerpo, otros para el vivir mismo. Pues una consideración no descaminada de éstos sabe referir toda elección y rechazo a la salud del cuerpo y a la imperturbabilidad del alma [ataraxia], puesto que esto es el fin de la vida venturosa. En efecto, es en virtud de esto que hacemos todo, para no padecer dolor ni turbación. Y una vez ha surgido esto en nosotros, se apacigua toda tempestad del alma, no teniendo el viviente que ir más allá como hacia algo que le hace falta, ni buscar otra cosa con la cual completar el bien del alma y del cuerpo. Porque nos ha menester el placer cuando, por no estar presente, padecemos dolor; no nos es preciso el placer. Y por esto que decimos que el placer es principio y fin del vivir venturoso. (Epicuro: Carta a Meneceo. Noticia, traducción y notas de Pablo Oyarzún R., en Onomazein, 4, 1999, pp. 413- 415. Disponible en: http://www.onomazein.net/Articulos/4/23_Oyarzun.pdf, consultado el 30 de mayo de 2016.)

 

Para el epicureísmo el placer es la fuente del dolor, pero sólo aquel que proviene de una disposición del ánimo virtuosa, es decir, aquella que proviene de buscar sólo lo natural y necesario y evitar que el alma se perturbe con placeres y deseos pasajeros. En último término, el placer más duradero para el ser humano es el que acompaña a la contemplación y a la reflexión.

 

Represión

 La represión de las emociones es una de las ideas básicas del pensamiento moderno. Esta tesis no sólo significa que la razón intente restringir las emociones y las pasiones. Cuando se habla de represión se entiende que la sociedad con sus normas reprimen a los individuos para hacerlos aptos y productivos. Esta idea, puede formularse de varios modos, algunos, como Hobbes, creen que los estados evitan que las personas vivan en una situación de guerra constante; los salvajes para el pensador inglés no tienen ideas morales que los limiten. (Thomas Hobbes, “De la condición natural del género humano, en lo que concierne a su felicidad y miseria”, en Leviatán, trad. Antonio Escohotado, intro. Carlos Moya, Madrid, 1983, p. 225). Por su parte, Rousseau cree que las pasiones y los deseos de los hombres en estado de naturaleza están orientados por una piedad natural. Es la sociedad la que hace que los seres humanos se desborden.

Con las pasiones tan poco activas y un freno tan saludable, los hombres, más bien feroces que malos, y más atentos a preservarse del mal que pudiere sobrevenirles que tentados de hacerlo a los demás, no estaban sujetos a desavenencias muy peligrosas. Como no tenían ninguna especie de comercio entre ellos y no conocían por consecuencia ni la vanidad ni la consideración, ni la estimación, ni el desprecio; como no tenían la menor noción de lo tuyo y de lo mío, ni verdadera idea de la justicia; como consideraban las violencias de que podían ser objeto como un mal fácil de reparar y no como una injuria que es preciso castigar, y como no pensaban siquiera en la venganza, a no ser tal vez maquinalmente y sobre la marcha, al igual del perro que muerde la piedra que le arrojan, sus disputas rara vez hubieran tenido resultados sangrientos si sólo hubiesen tenido como causa sensible la cuestión del alimento. Pero veo una más peligrosa de la cual fáltame hablar. […] 50-51

Es forzoso convenir indubitable mente , que mientras más violentas son las pasiones, tanto más necesarias son las leyes para contenerlas; pero además de que los desórdenes y los crímenes que estas pasiones causan todos los días entre nosotros, manifiestan palmariamente la insuficiencia de ellas sobre este punto, sería aún muy bueno y a propósito, el examinar si estos desórdenes no deben su nacimiento a las mismas leyes; porque en este caso, cuando ellas fuesen capaces de reprimirlos, esto sería lo menos que debiera exigírseles, el que impidiesen un mal, que sin ellas no existiría. […]. (Jean-Jacques Rousseau, Discurso sobre el origen de la desigualdad de condiciones entre los hombres, s/t. Ed. Juan José de Collado, Madrid, 1820, p. 58-60. El texto puede localizarse libre de derechos en: https://books.google.com.mx/books?id=3sGoCU-pNLcC&pg=PP9&dq=inauthor:%22Jean-Jacques+Rousseau%22+discurso&hl=en&sa=X&ved=0ahUKEwiAyP_z-YTNAhVi2oMKHVJfD1EQ6AEIGjAA#v=onepage&q&f=false, consultado el 31 de mayo de 2016.)

Por su parte Nietzsche, inspirado en sus lecturas de Rousseau, escribió que la vida moderna domestica al hombre y lo hace débil. La moral y las costumbres aburguesadas son un ejemplo más del desprecio de la vida y la renuencia a aspirar a lo más grande y fuerte. En Genealogía de la moral señaló:

Repugna, me parece, a la delicadeza y más aún a la tartufería de los mansos animales domésticos (quiero decir, de los hombres modernos, quiero decir, de nosotros) el representarse con toda energía que la crueldad constituye en alto grado la gran alegría festiva de la humanidad más antigua, e incluso se halla añadida como ingrediente a casi todas sus alegrías; el imaginarse que por otro lado su imperiosa necesidad de crueldad se presenta como algo muy ingenuo, muy inocente, y que aquella humanidad establece por principio que precisamente la “maldad desinteresada” (o, para decirlo con Spinoza, la sympathia malevolens [simpatía malévola]) es una propiedad normal del hombre–: ¡y, por tanto, algo a lo que la conciencia dice sí de todo corazón! (Friedrich Nietzsche, Genealogía de la moral, “Tratado segundo, ‘Culpa’, ‘mala conciencia’ y similares”, trad. Andrés Sánchez Pascual. Alianza, México, 1997,  6, p. 74).

Con esto dicho, para gran parte de los críticos de la moral y la sociedad moderna, éstas se encargarían de reprimir las emociones y deseos de los seres humanos. Sin embargo, existen algunos teóricos que consideran que las cosas son un poco a la inversa: las instituciones racionalistas modernas no reprimen las emociones, las administras y las usan en su beneficio. Foucault criticó en sus textos la “tesis represiva”, es decir, que la modernidad burguesa quiera dominar las pasiones de los individuos para que estos se ocupen del trabajo y no se distraigan con asuntos personales. Consideremos, con Foucault, el caso paradigmático de la sexualidad. Parece que el sexo siempre está rodeado de prohibiciones y censuras, y que sólo hasta hace poco la psiquiatría y las ciencias médicas comenzaron a destruir los tabús que lo acechan. Sin embargo, para el pensador francés, tato hablar del sexto, tanto querer confesar lo que se desea y siente, y todos esos estudios que legitiman la “naturalidad del sexo” no son más que una cosa: poner en palabras, organizar y dominar el cuerpo humano. No lo reprimen, lo conducen hacia ciertos deseos, y bloquen la complejidad de afectos que sentimos.

Nace hacia el siglo XVIII una incitación política, económica y técnica a hablar del sexo. Y no tanto en forma de una teoría general de la sexualidad, sino en forma de análisis, contabilidad, clasificación y especificación, en forma de investigaciones cuantitativas o causales. […] Se debe hablar del sexo, se debe hablar públicamente y de 33 un modo que no se atenga a la división de lo lícito y lo ilícito, incluso si el locutor mantiene para sí la distinción […]; se debe hablar como de algo que no se tiene, simplemente, que condenar o tolerar, sino que dirigir, que insertar en sistemas de utilidad, regular para el mayor bien de todos, hacer funcionar según un óptimo. El sexo no es cosa que sólo se juzgue, es cosa que se administra. (Michel Foucault, Historia de la sexualidad. La voluntad de saber, trad. Ulises Guiñazú. Siglo XXI, México, 2007, pp. 33-34).

El racionalismo de las ciencias y las instituciones modernas no implica ni represión, ni una visión objetiva que rompe con la censura, sino la implantación esquemas administrativos en el cuerpo (sexo, deseo, emociones, etc.). Lo que hacen es controlar las afecciones para usarlas en beneficio de la sociedad: hablar del sexo ayuda prevenir enfermedades, restringir la prostitución, clasificar los distintos deseos para reconocer las “irregularidades”, etc. Los afectos no se reprimen, se administran, y eso es lo que le preocupa a Foucault.

Sebastián Lomelí.

 

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