Relación de los seres humanos con el mundo.

Evaluación Fin de Semestre AI7 "Relación del hombre con el mundo"

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    Sandra Reyes
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    Estimados profesores, les quiero compartir una propuesta de evaluación final para este cierre de semestre, para abordar los conceptos del área de interés 7 “Relación del hombre con el mundo”.

    Esta actividad será evaluada de forma individual, y la describo a continuación:

    1) Lee cuidadosamente el texto de Max Scheler que sigue:

    EL PROBLEMA EN LA IDEA DEL HOMBRE

    Si se pregunta a un europeo culto lo que piensa al oír la palabra hombre, casi siempre empezarán a rivalizar en su cabeza tres círculos de ideas, totalmente inconciliables entre sí. Primero, el círculo de ideas de la tradición judeocristiana: Adán y Eva, la creación, el Paraíso, la caída. Segundo, el círculo de ideas de la antigüedad clásica; aquí la conciencia que el hombre tiene de sí mismo se elevó por primera vez en el mundo a un concepto de su posición singular mediante la tesis de que el hombre es hombre porque posee “razón”, logos, fronesis, ratio, mens, etc., donde logos significa tanto la palabra como la facultad de apresar el “qué” de todas las cosas. Con esta concepción se enlaza estrechamente la doctrina de que el universo entero tiene por fondo una “razón” sobrehumana, de la cual participa el hombre y sólo el hombre entre todos los seres. El tercer círculo de ideas es el círculo de las ideas forjadas por la ciencia moderna de la naturaleza y por la Psicología genética y que se han hecho tradicionales también hace mucho tiempo; según estas ideas, el hombre sería un producto final y muy tardío de la evolución del planeta Tierra, un ser que sólo se distinguiría de sus precursores en el reino animal por el grado de complicación con que se combinarían en él energía y facultades que en sí ya existen en la naturaleza infrahumana. Esos tres círculos de ideas carecen entre sí de toda unidad. Poseemos, pues, una antropología científica, otra filosófica y otra teológica, que no se preocupan una de otra. Pero no poseemos una idea unitaria del hombre. Por otra parte, la multitud siempre creciente de ciencias especiales que se ocupan del hombre, ocultan la esencia de éste mucho más de lo que la iluminan, por valiosas que sean. Si se considera, además, que los tres citados círculos de ideas tradicionales están hoy fuertemente quebrantados, y de un modo muy especial la solución darwinista al problema del origen del hombre, cabe decir que en ninguna época de la historia ha resultado el hombre tan problemático para sí mismo como en la actualidad. Por eso me he propuesto el ensayo de una nueva antropología filosófica sobre la más amplia base. En lo que sigue quisiera dilucidar tan sólo algunos puntos concernientes a la esencia del hombre, en su relación con el animal y con la planta, y al singular puesto metafísico del hombre —apuntando una pequeña parte de los resultados a que he llegado. Ya el término y el concepto de hombre encierran una pérfida anfibología, sin aclarar la cual ni siquiera se puede acometer la cuestión del singular puesto del hombre. La palabra hombre indica en primer lugar los caracteres morfológicos distintivos que posee el hombre como subgrupo de los vertebrados y de los mamíferos. Es claro que —cualquiera que sea el resultado que ofrezca este modo de formar el concepto de hombre— el ser vivo llamado hombre, no sólo está subordinado al concepto de animal, sino constituye también una provincia relativamente muy pequeña del reino animal. Así continúa siendo el caso, aun cuando, con Linneo, llamemos al hombre el “ápice de la serie de los vertebrados mamíferos” —lo que, por lo demás, es muy discutible objetiva y conceptualmente—; pues también este ápice, como todo ápice de una cosa, sigue perteneciendo a la cosa de que es ápice. Mas prescindiendo por completo de semejante concepto, que junta en la unidad del hombre la marcha erecta, la transformación de la columna vertebral, el equilibrio del cráneo, el potente desarrollo cerebral del hombre y las transformaciones orgánicas que la marcha erecta tuvo por consecuencia (como la mano de pulgar oponible, el retroceso de la mandíbula y de los dientes, etc.), la misma palabra “hombre” designa en el lenguaje corriente y en todos los pueblos cultos, algo tan totalmente distinto, que apenas se encontrará otra voz del lenguaje humano en que se dé análoga anfibología. La palabra hombre designa, en efecto, asimismo un conjunto de cosas que se oponen del modo más riguroso al concepto de “animal en general” y, por lo tanto, también a todos los mamíferos y vertebrados y a éstos, en el mismo sentido que, por ejemplo, al infusorio Stentor, aunque no es discutible que el ser vivo llamado hombre es, desde el punto de vista morfológico, fisiológico y psicológico, incomparablemente más parecido a un chimpancé que el hombre y el chimpancé a un infusorio. Es claro que este segundo concepto del hombre ha de tener un sentido y un origen completamente distintos del primero, que designa sólo un rincón muy pequeño de la rama de los vertebrados. Llamaré a este segundo concepto el concepto esencial del hombre, en oposición a aquel primer concepto sistemático natural. El tema de nuestra conferencia es: si ese segundo concepto, que concede al hombre como tal un puesto singular, incomparable con el puesto que ocupan las demás especies vivas, tiene alguna base legítima.

    PARA LA METAFÍSICA DEL HOMBRE. METAFÍSICA Y RELIGIÓN
    La misión de una antropología filosófica es mostrar exactamente cómo la estructura fundamental del ser humano, entendida en la forma en que la hemos descripto brevemente en las consideraciones anteriores, explica todos los monopolios, todas las funciones y obras específicas del hombre: el lenguaje, la conciencia moral, las herramientas, las armas, las ideas de justicia y de injusticia, el Estado, la administración, las funciones representativas de las artes, el mito, la religión y la ciencia, la historicidad y la sociabilidad. No nos es posible entrar en todos estos temas. Pero como conclusión vamos a dirigir la mirada hacia las consecuencias que resultan de lo dicho para la relación metafísica del hombre con el fundamento de las cosas. Uno de los frutos más hermosos de la estructuración sucesiva de la naturaleza humana, basada en las fases de la existencia subordinadas a ella, en la forma en que acabo de intentarla, es poder mostrar la íntima necesidad con que el hombre tiene que concebir la idea formalísima de un ser suptasensible, infinito y absoluto, en el mismo momento en que se convierte en hombre, mediante la conciencia del mundo y de sí mismo y mediante la objetivación de su propia naturaleza psicofísica —que son los caracteres distintivos específicos del espíritu—. Cuando el hombre se ha colocado fuera de la naturaleza y ha hecho de ella su “objeto” —y ello pertenece a la esencia del hombre y es el acto mismo de la humanificación— se vuelve en torno suyo, estremeciéndose, por decirlo así, y pregunta: ¿Dónde estoy yo mismo? ¿Cuál es mi puesto?” El hombre ya no puede decir con propiedad: “Soy una parte del mundo; estoy cercado por el mundo”; pues el ser actual de su espíritu y de su persona es superior incluso a las formas del ser propias de este “mundo” en el espacio y en el tiempo. En esta vuelta en torno suyo, el hombre hunde su vista en
    la nada, por decirlo así. Descubre en esta mirada la posibilidad de la “nada absoluta”; y esto le impulsa a seguir preguntando: “¿Por qué hay un mundo? ¿Por qué y cómo existo «yo»?” Repárese en la rigurosa necesidad esencial de esta conexión, que existe entre la conciencia del mundo, la conciencia de sí mismo y la conciencia formal de Dios en el hombre. En esta conciencia, Dios es concebido sólo como un ser existente por si mismo, provisto con el predicado de “santo” y que puede tener naturalmente las efectividades más numerosas y matizadas. Pero
    esta esfera de un ser absoluto pertenece a la esencia del hombre tan constitutivamente como la conciencia de sí mismo y la conciencia del mundo, prescindiendo de que la esfera sea accesible o no a la vivencia o al conocimiento. Lo dicho por G. de Humboldt acerca del lenguaje (que el hombre no pudo “inventario”, porque el hombre sólo es hombre mediante el lenguaje) es aplicable con el mismo rigor exactamente a la esfera ontológica formal de un ser cuya santidad impone veneración, cuya autonomía es absoluta y cuyo rango es superior a todos los objetos
    finitos de la experiencia y al ser central del hombre mismo. Si se entiende por las palabras: “origen de la religión y de la metafísica”, no sólo el acto de llenar esta esfera con determinadas hipótesis y creencias, sino el origen de la esfera misma, este origen coincide exacta-mente con el advenimiento del hombre. Con necesidad intuitiva descubre el hombre el singular acaso, la contingencia del hecho de que “exista un mundo” en vez de “no existir”, y de que “exista él mismo” en vez de “no existir”; y descubre la contingencia de esa existencia en el momento en que adquiere conciencia del “mundo” y de sí mismo. Por eso es un completo error anteponer el “yo soy” —como Descartes— o “el mundo existe” —como Santo Tomás de Aquino— a la afirmación general “hay un ser absoluto” y querer alcanzar esta esfera de lo absoluto mediante una inferencia, fundada en aquellas primeras especies de ser.
    La conciencia del mundo, la conciencia de sí mismo y la conciencia de Dios forman una indestructible unidad estructural; enteramente como la trascendencia del objeto y la conciencia de sí mismo surgen en el mismo acto, en la “tercera reflexión”. El hombre tuvo que afirmar de alguna manera su centro fuera y más allá del mundo, en el momento mismo en que opuso aquel “no, no” a la realidad concreta del medio, constituyen el ser actual del espíritu y sus objetos ideales; en el momento mismo en que se inició la conducta abierta al mundo y la pasión jamás aquietada de avanzar sin límites en la esfera del “mundo” descubierto, sin reposar en ningún objeto; en el momento mismo en que el hombre naciente rompió con los métodos de adaptación al medio, característicos de toda la vida animal anterior, y emprendió la dirección contraria, la adaptación del “mundo” a sí mismo y a su vida, orgánicamente estabilizada; en el momento mismo en que el hombre se colocó fuera de la naturaleza para hacer de ella el objeto de su señorío y del nuevo principio de las artes y de los signos. El hombre ya no podía, en efecto, concebirse como simple “miembro”’ o como simple “parte” del mundo, sobre el cual se había colocado tan osadamente. Ahora bien, una doble conducta era posible al hombre después de este descubrimiento de la contingencia del mundo y del extraño ocaso de su propio ser, excéntrico al mundo. En primer término podía admirarse de esto y poner en movimiento su espíritu cognoscente para aprehender lo absoluto e insertarse en él; éste es el origen de toda metafísica. La metafísica ha aparecido en la historia muy tarde y sólo en pocos pueblos. Mas el hombre podía también seguir el invencible impulso de salvación, no sólo de su ser individual, sino primariamente de todo su grupo, y utilizar el enorme exceso de fantasía —innato en él, y que le diferencia del animal— para poblar esta esfera del ser con figuras caprichosas, refugiándose en su poder mediante los ritos y el culto, y “tener así las espaldas guardadas” de alguna manera, cuando pareciese que el acto de emanciparse de la naturaleza y objetivarla y alcanzar simultáneamente su ser propio y la conciencia de sí mismo iba a hundirle en la pura nada. La superación de este nihilismo, mediante semejantes formas de salvación y protección, es lo que llamamos religión. Ésta es primeramente religión de grupo, “religión nacional”; sólo más tarde se convierte en “religión de un fundador”, juntamente con el origen del Estado. Ahora bien, si es seguro que el mundo nos es dado en la vida corno resistencia a nuestra existencia práctica, antes que como objeto de conocimiento, no es menos seguro que estas ideas y representaciones sobre la nueva esfera descubierta, que prestan al hombre fuerza para afirmarse en el mundo —ayuda que prestó a la humanidad primero el mito y más tarde la religión, nacida del mito— hubieron de preceder históricamente a todos los conocimientos o intentos de conocimiento dirigidos principalmente a la verdad, o sea, conocimientos de la índole de la metafísica. Tomemos un par de tipos capitales de la idea que el hombre se ha formado de su relación con la
    clave suprema de las cosas, pero limitándonos al estudio del monoteísmo en Asia Menor y Occidente. Encontramos representaciones como las siguientes: el hombre concluye una “alianza” con Dios después que éste hubo escogido a un pueblo determinado por suyo (judaísmo antiguo); o el hombre aparece, con arreglo a la estructura de la sociedad, como un “esclavo de Dios” que se postra, astuto y servil, ante Él, intentando moverle con sus ruegos y amenazas o por medios mágicos. En una forma algo más elevada, el hombre se representa a sí mismo como el “fiel
    servidor” del sumo “señor” soberano. La representación más alta y más pura que es posible dentro de los límites del monoteísmo, llega a la idea de que todos los hombres son hijos de Dios Padre; intermediario de esta relación es el “Hijo”, que tiene la misma esencia divina y la revela a los hombres, a la vez que les prescribe con autoridad divina ciertas creencias y mandamientos. En nuestra consideración filosófica de esta relación debemos rechazar todas las ideas de esta índole y debemos rechazarlas simplemente porque negamos el supuesto teísta de “un Dios espiritual y personal, omnipotente en su espiritualidad”. Para nosotros la relación del hombre con el principio del universo consiste en que este principio se aprehende inmediatamente y se realiza en el hombre mismo, el cual, como ser vivo, y ser espiritual, es sólo un centro parcial del impulso y del espíritu del “ser existente por sí”. Es la vieja idea de Spinoza, de Hegel y de otros muchos: el Ser primordial adquiere conciencia de sí mismo en el hombre, en el mismo acto en que el hombre se contempla fundado en Él. Sólo hemos de reformar en parte esta idea defendida hasta ahora de un modo excesivamente intelectualista; este saberse fundado es sólo una consecuencia de la activa decisión tomada por el centro de nuestro ser de laborar en pro de la exigencia ideal de la “deitas”, es una consecuencia del intento de llevarla a cabo, y, al llevarla a cabo, de contribuir a engendrar el “Dios”, que se está haciendo desde el primer principio de las cosas y es la compenetración creciente del impulso con el espíritu. El lugar de esta autorrealización o, mejor dicho, de esta autodivinización, que busca el ser existente por sí y cuyo precio es la “historia” del mundo, es, por lo tanto, el hombre, el yo y el corazón humanos. Ellos son el único lugar del advenimiento de Dios, que nos es accesible; pero este lugar es una verdadera parte de este proceso trascendente. Todas las cosas nacen en cada segundo —en el sentido de una creación continuada —del ser existente por sí y, más concretamente, de la unidad funcional del impulso y el espíritu; pero sólo en el hombre y su yo están relacionados mutua y vivamente los dos atributos del En per se, conocidos de nosotros. El hombre es su punto de unión. En él se convierte el logos, “conforme” al cual está hecho el mundo, en acto solidariamente realizable. El advenimiento del hombre y el advenimiento de Dios se implican, pues, mutuamente, desde un principio, según nuestra concepción. Ni el hombre puede cumplir su destino sin conocerse como miembro de aquellos dos atributos del Ser Supremo y como habitante de ese Ser, ni el Ens a se, sin la cooperación del hombre. El espíritu y el impulso, los dos atributos del ser, no están en sí perfectos —prescindiendo de su paulatina compenetración mutua, como fin último—, sino que se desarrollan a través de sus manifestaciones en la historia del espíritu humano y en la evolución de la vida universal.
    Se me dirá —y se me ha dicho, en efecto— que no le es posible al hombre soportar un Dios imperfecto, un Dios que se está haciendo. Respondo que la metafísica no es una institución de seguros para hombres débiles y necesitados de apoyo. La metafísica supone en el hombre un espíritu enérgico y elevado. Así se comprende que sólo en el curso de su evolución y con el creciente conocimiento de sí mismo, llegue el hombre a tener conciencia de ser parte en la lucha por la “Divinidad” y coautor de ésta. La necesidad de encontrar salvación y amparo en una omnipotencia extrahumana y extramundana, que se identifique con la bondad y la sabiduría, es demasiado grande para no haber roto todos los diques de la prudencia y de la reflexión, en tiempos de menor edad. Nosotros, empero, no admitimos esa relación semiinfantil y semitemerosa del hombre con la Divinidad, relación que se manifiesta en la contemplación, la adoración y la plegaria, actos objetivantes y por ende distanciadores; en su lugar ponemos el acto elemental del hombre que personalmente hace suya la causa de la Divinidad y se identifica en todos sentidos con la dirección de sus actos espirituales. La última “realidad” de ser existente por sí no es susceptible de objetivación, como tampoco lo es la de una persona extraña. Sólo se puede tener parte en su vida y en su actualidad espiritual mediante la correalización, mediante el acto de colaboración y de identificación activa. El ser absoluto no existe para amparo del hombre y como mero remedio de sus debilidades y necesidades, las cuales tratan de hacer de él una y otra vez un objeto. Sin embargo, hay para nosotros un “amparo”: es el amparo que encontramos en la obra íntegra de la realización de los valores en la historia del mundo hasta el presente, en la medida en que ha promovido ya la conversión de la Divinidad en un “Dios”. Mas no deben buscarse nunca en último término certidumbres teóricas previas a esta autocolaboración. Ingresar personalmente en la tarea es la única manera posible de saber del ser existente por sí. No es objeto de esta conferencia desarrollar con más detalle la médula de esa fundamental idea metafísica.

     

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    2) A partir de la lectura, responde con tus propias palabras las siguientes preguntas:

    a) Según la lectura ¿qué es el hombre?

    b) Menciona los 3 círculos de ideas que se mencionan en la lectura.

    c) Describe las cualidades o características de cada uno de esos círculos de ideas.

    d) Explica la distinción entre la palabra “hombre” y el hombre en sí mismo que el autor menciona en la lectura.

    e) ¿Cuál es el objetivo o fin de la antropología filosófica del autor?

    f) ¿Qué necesidad y qué posibilidad describe el autor en la lectura respecto a la antropología filosófica?

    g) Según la lectura ¿Qué es y cómo funciona Dios en la relación del hombre con el mundo?

    h) ¿A qué se refiere el autor con conciencia del mundo?

    i) ¿Cuál es la relación entre la religión y el hombre según la lectura?

    j) ¿Por qué la lectura hace énfasis en la divinidad y cómo esto modifica la relación del hombre con el mundo?

    k) ¿A qué se refiere el autor con “metafísica”?

    3) Considerando la lectura y las preguntas anteriores, realiza un esquema donde expliques los 2 apartados de la lectura, concéntrate sobre todo en explicar la relación del hombre con el mundo.

    4) Realiza, por último, un dibujo donde ejemplifiques lo que la lectura dice.

    Profesores les comparto algunos aspectos que podrían considerar para la rúbrica de evaluación de esta estrategia:

    • Redacción y ortografía
    • Uso y manejo conceptual
    • Creatividad
    • Claridad y adecuación

    Bien profesores, les anexo el enlace donde encontrarán la lectura completa. Si tienen preguntas o comentarios por favor escríbanme y con gusto atenderé sus inquietudes.

    ¡Saludos y suerte!

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